ETA ‘celebra’ este viernes el cincuentenario de su nacimiento. Muchos féretros y ríos de sangre jalonan este tristísimo, lamentabilísimo, aniversario. Tiene en su haber la banda del horror el penoso récord de ser la última de las bandas terroristas que llenan de lágrimas a los ciudadanos, que hacen colocar crespones negros en los corazones en Europa.
Lo de este jueves de dolor en Mallorca, no muy lejos de donde los Reyes pasan sus vacaciones, de donde tantos miles de seres humanos tratan de relajarse por unos días, es muy preocupante: ETA tuvo la oportunidad de no cumplir estos cincuenta años de ignominia, pudo negociar un fin de las pistolas y los coches bomba, darse un final si no digno -la dignidad para ellos es ya imposible- sí, al menos, pacífico. No lo ha hecho; ha vuelto a declararnos la guerra total a todos los españoles, a los vascos y a los demás. Vuelve a correr la sangre por las calles.
Tengo la impresión de que, ya que así lo quieren, tendrán guerra. Guerra total. Quienes, como yo mismo, alguna vez creímos en la posibilidad de negociar -sin concesiones, ojo- con ellos, tenemos que reconocer que una vez que la locura absoluta se ha apoderado de la cuadrilla de verdugos, no cabe sino la dureza contra ellos. Perderán, como llevan cinco décadas perdiendo: no han dado un solo paso adelante, cada vez cuentan con menos apoyos civiles, predican un imposible -esa Euskal Herria que nunca existió y jamás existirá, como lo sabe cualquiera con dos dedos de frente-, sus jóvenes asesinos pasan los mejores años de su vida en la cárcel.
Y así seguirá siendo, porque la sociedad vasca, como el resto de la sociedad española, sabrá sufrir, segura de su victoria, de que la paz y la tranquilidad llegarán a pesar de los verdugos. Ellos pagan el precio más alto y, encima, la gloria se la quedan sus víctimas. A por ellos.