Cuando fue cataluña una nacion

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La cultura catalana ha desarrollado a lo largo de los siglos una identidad propia y universal. El talante innovador, la creatividad, la capacidad de absorber diferentes influencias y los valores de convivencia y tolerancia han configurado una cultura que es a la vez nacional y cosmopolita. Tradicionalmente, las tendencias de arte y pensamiento se filtran en Cataluña como resultado de la situación geográfica del país, abierto al Mediterráneo y a los países europeos, y también debido al espíritu de liderazgo y atracción que crea Barcelona.

Cataluña ha sido siempre una intersección de culturas e influencias. Antes de la consolidación del catalán y de las demás lenguas latinas, los cristianos del país escribían en latín, los musulmanes en árabe y los judíos en hebreo. El bilingüismo actual se nota en el número de notables escritores catalanes que escriben en lengua castellana, como Eduardo Mendoza, Joan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Cercas, Enrique Vila-Matas y Carlos Ruiz Zafón.

El músico Pau Casals, el tenor Josep Carreras, la soprano Montserrat Caballé, la pianista Alícia de Larrocha, el científico Joan Oró, los médicos Antoni Puigvert, Josep Trueta, Ignasi Barraquer, Valentí Fuster y Joan Massagué y genios de otros ámbitos como el payaso Charlie Rivel han dado fama a la cultura catalana. La capacidad innovadora y la creatividad siguen siendo características prioritarias para los artistas actuales, ya sea en las coreografías de danza contemporánea de Cesc Gelabert, el grupo de teatro Fura dels Baus o las artes escénicas del burgalés Calixto Bieito.

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Los primeros asentamientos en Cataluña se produjeron durante el Paleolítico Medio. Como el resto de la vertiente mediterránea de la Península Ibérica, la zona fue ocupada por los íberos y se establecieron varias colonias griegas en la costa antes de la conquista romana. Fue la primera zona de Hispania conquistada por los romanos. A continuación, pasó a estar bajo dominio visigodo tras el colapso de la parte occidental del Imperio Romano. En el año 718, la zona fue ocupada por el califato omeya y pasó a formar parte de al-Andalus, gobernada por los musulmanes. El Imperio franco conquistó la zona a los musulmanes, terminando con la conquista de Barcelona en el 801, como parte de la creación de una zona de amortiguación más amplia de condados cristianos contra el dominio islámico conocida como la Marca Hispánica. En el siglo X, el condado de Barcelona se independizó progresivamente del dominio franco[1][2].

El matrimonio de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla en 1469 creó una unión dinástica entre las Coronas de Aragón y Castilla, y ambos reinos mantuvieron sus propias leyes, instituciones, fronteras y moneda[4] En 1492 comenzó la colonización española de las Américas, el poder político comenzó a desplazarse hacia Castilla. Las tensiones entre las instituciones catalanas y la Monarquía, junto con la crisis económica y las revueltas campesinas, provocaron la Guerra de los Segadores (1640-1652), proclamándose brevemente una República Catalana. El Principado de Cataluña conservó su estatus político, pero éste llegó a su fin tras la Guerra de Sucesión Española (1701-1714), en la que la Corona de Aragón apoyó la pretensión del Archiduque Carlos de Habsburgo. Tras la rendición catalana, el 11 de septiembre de 1714, el rey Felipe V de Borbón, inspirado en el modelo de Francia, impuso una administración unificadora en toda España, suprimiendo la Corona de Aragón y promulgó los decretos de Nueva Planta, prohibiendo las principales instituciones y derechos políticos catalanes y fusionándolos con Castilla como provincia. Esto condujo al eclipse del catalán como lengua de gobierno y literatura. Cataluña experimentó un crecimiento económico, reforzado a finales del siglo XVIII cuando terminó el monopolio comercial de Cádiz con las colonias americanas.

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El presente libro es una aproximación compleja a los elementos que construyeron la identidad nacional catalana, que sólo puede ser analizada a través de su complejidad y de los tiempos históricos de larga duración. En lo que respecta a los siglos medievales y principios de la modernidad, se presenta la construcción territorial, el derecho y el estado, junto con la complejidad añadida por la aparición de las monarquías compuestas en el siglo XVI, y teniendo en cuenta la importancia de la construcción de una tradición literaria e historiográfica para definir el carácter nacional.En lo que respecta a los siglos modernos, los autores no ignoran la importancia de las dimensiones socioeconómicas en una diversidad muy compleja que fluye tanto en el mundo intelectual y político como en la difusión de la identidad a través de los medios de comunicación también a nivel internacional.

En 2015, la editorial de esta obra sacó dos volúmenes bajo la dirección de Flocel Sabaté. Uno de los volúmenes analizaba las visiones catalana y portuguesa de la Península Ibérica desde sus respectivas posiciones en la periferia,1 mientras que el otro examinaba la identidad catalana desde una perspectiva histórica.2 El segundo volumen también apareció ese año en versión catalana.3 ¿Fue este embriagador repunte del análisis un producto del momento político? Esta lectura podría ser defendible, pero también sería demasiado simplista y ocultaría un par de realidades muy destacadas que es necesario subrayar.

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La Cataluña Norte,[a] la Cataluña francesa o el Rosellón se refiere al territorio de habla catalana y cultura catalana cedido a Francia por España mediante la firma del Tratado de los Pirineos en 1659 a cambio de la renuncia efectiva de Francia a la protección formal que había dado a la recién fundada República Catalana. La zona corresponde aproximadamente al moderno departamento francés de los Pirineos Orientales, que históricamente formaba parte de Cataluña desde el antiguo Condado de Barcelona, y perduró en tiempos de la Corona de Aragón y el Principado de Cataluña hasta que fueron cedidos a Francia por España.

La Alta Cerdaña (en catalán: Alta Cerdanya) se distingue geográficamente del resto de la Cataluña Norte, situándose al sur de la divisoria de aguas de los Pirineos, en el alto valle del Segre. Es una comarca montañosa y poco poblada, que incluye la ciudad de Llívia (1252 habitantes (2005)), que es un enclave que forma parte de España.

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