Por las universidades de España y por ciudades como Madrid y Barcelona florecen grupos de aprendices de matones que llaman asesinos a la policía e impiden que hablen gente que acude a dar una conferencia.
El efugio de la protesta es el plan de Bolonia para las universidades de la Unión Europea, pero cuando se lanzan tapas de alcantarillas contra la cristalera de una dependencia policial, o se arrasa con el mobiliario urbano y se rompen las lunas de los escaparates, más que una protesta se trata de un cursillo acelerado de matonismo. En el País Vasco ya tienen su propia academia, a través de la kale borroka, y por el resto del país se inician con una mezcla de pretendido anarquismo, izquierdismo de cóctel molotov y rebeldía en busca de causa perdida. La penúltima en Madrid y Barcelona se ha basado en los sucesos de Grecia, y, en Madrid, como solidaridad por lo que sucede en Grecia, entre otras cosas, han devastado un quiosco de la ONCE, con lo que la situación griega habrá avanzado considerablemente de cara a una solución.
El problema del aprendiz de matón es que con la permisividad de los rectores o su culposa anuencia, junto a la muy circunspecta respuesta policial, se convierta en un matón de provecho. Un puñado de aprendices de matones no es agradable, pero unos matones con master callejero pueden poner patas arriba, no una universidad, sino una ciudad entera.
Dicen que son estudiantes, pero entre los detenidos hay menores de edad, o sea que algunos de ellos tienen de universitarios lo que yo tengo de pope de Atenas. Y resulta sospechoso que, tras el estudio que coloca a nuestras universidades en el último lugar de las de la Unión Europea, no se elevara la más leve queja, pero se suscite ante un plan que pretende homologar el mosaico de la enseñanza universitaria. Y no consuela pensar que, a este paso, ocuparemos el primer lugar de la Unión Europea en universidades con matones y bronca asistida.
