Probablemente el señor Moreno, ese constructor del sur de Madrid a quien se ha dado en llamar ‘El Pocero Bueno’ en contraposición del otro Pocero, sea, en efecto, bueno, pero de lo que no cabe duda es de que es más listo que el hambre: con la que está cayendo en el sector, ese Robin Hood del ladrillo ha conseguido vender de una tacada, y sin despeinarse, dos mil pisos que no existen y para cuya construcción no hay suelo. Dos mil personas, que han permanecido varios días y varias noches a la intemperie haciendo cola, se los han comprado.
Bien es verdad que nadie le ha pagado ni el todo ni una parte de una de esas hipotéticas viviendas que el Pocero Bueno pretende vender casi a precio de coste, unos quince millones de pesetas, pero no lo es menos que cada uno de los solicitantes le ha abonado ya ciento veinte euros, lo que suma la bonita cantidad de cuarenta millones de pesetas. No sé si esa entrega inicial es en concepto de señal, de entrada o de inscripción en la cooperativa que tienen que organizar los compradores, pero lo que sí sé es que por muy insignificante que sea el beneficio que el señor Moreno obtenga de sus pisos, pongamos un mísero millón de pesetas por cada uno, el hombre se va sacar, sin robar ni nada, pongamos que dos mil millones de pesetas. Y eso cuando la competencia no está vendiendo ni un tabuco.
La bondad, ciertamente, no tiene por qué estar reñida con la inteligencia, ni con la listeza, ni incluso con la picardía. En el caso del Pocero Bueno no parece estarlo, desde luego, aunque lo único que ha acreditado hasta el momento es su firme determinación de seguir construyendo y vendiendo pisos como sea. Dos mil personas han depositado ciento veinte euros y toda su fé en él, una fé extraordinaria que queda en el aire, con serio riesgo de quedarse ahí, mientras no haya suelo.